¿Cómo vivió una tribu amazónica su primer filme de caníbales? Descubre por qué 'El infierno verde' se volvió una broma local. No te lo imaginas.
Cuando el horror se convierte en comedia: la insólita proyección amazónica
Hay anécdotas que reescriben nuestra forma de entender el cine y su recepción. La historia de Eli Roth y la proyección de ‘Cannibal Holocaust’ ante una comunidad amazónica aislada es uno de esos relatos que bien podrían pertenecer al surrealismo mágico latinoamericano. Como periodista cultural, pocas veces me he topado con un ejemplo tan crudo —y divertido— del choque entre expectativas occidentales y sensibilidades locales.
La escena: un grupo de aldeanos sin contacto regular con la cultura audiovisual mundial observa por primera vez no solo el formato cinematográfico, sino uno de los extremos más brutales del cine exploitation europeo. El resultado fue risas generalizadas. Lo que para muchos críticos occidentales resultaba ofensivo o traumático, para ellos era simple parodia.
Esto nos invita a repensar las dinámicas del miedo en el cine: ¿qué tanto depende nuestro terror del contexto social? A menudo olvidamos que los códigos culturales determinan nuestras emociones ante la pantalla. Una película diseñada para provocar náuseas en el festival Fantasía puede ser recibida como un slapstick grotesco al otro lado del mundo.
De Cannibal Holocaust al Amazonas: realismo extremo frente a autenticidad cultural
Desde mi experiencia cubriendo festivales como Sitges o San Sebastián, sé que pocos géneros dividen tanto como el horror caníbal. Roth no solo quería homenajear títulos como ‘Cannibal Ferox’, también buscaba impregnarse del ambiente selvático y auténtico. Por eso eligió rodar en Palcazu (Oxapampa), entre techos de paja y lluvias constantes.

Pero la verdadera lección vino cuando intentó explicar su proyecto: ¿cómo traducir el lenguaje cinematográfico —y sus convenciones— a quienes jamás han visto una película? Roth recurrió a lo tangible; organizó una proyección especial con una copia de ‘Cannibal Holocaust’. El terror pasó inadvertido y surgió la carcajada colectiva. Es fascinante cómo los efectos especiales o gritos histriónicos, tan estudiados en Occidente para generar suspense, allí eran percibidos como puro teatro absurdo.
Y aquí radica algo esencial: el verdadero realismo fílmico no reside tanto en las localizaciones exóticas ni en la crudeza visual, sino en comprender cómo cada espectador lee las imágenes desde su propio marco simbólico.
La participación local: cine colaborativo o choque cultural sutil?
Uno de los grandes aciertos —o polémicas— de este rodaje fue involucrar directamente a la comunidad local como extras en las escenas más intensas. En otras épocas hablaríamos de colonialismo cultural; hoy preferimos pensar en términos de colaboración e intercambio (aunque nunca está exento de tensiones).
Me recuerda debates recientes sobre representación e impacto social derivados de películas filmadas fuera del mainstream hollywoodense (un ejemplo brillante aquí). Las declaraciones posteriores de Roth mezclan humor y autocrítica: admite haber "contaminado" parte del sistema social al introducir tecnología moderna (iPhones, iPads) pero también reconoce haber mejorado condiciones materiales básicas instalando techos metálicos duraderos.
El trasfondo ético no es menor: ¿cuál es el precio real de llevar la magia (y la maquinaria) del cine occidental a espacios protegidos? Como críticos culturales debemos señalar estas contradicciones sin moralismos baratos, explorando matices entre beneficio y perturbación.
El artefacto fílmico como puente (o frontera)
Lo más apasionante aquí es cómo la propia naturaleza del cine —ese artefacto moderno tan cotidiano para algunos— puede ser leído simultáneamente como rito festivo o amenaza extranjera dependiendo del bagaje previo. En muchas ocasiones he presenciado públicos urbanos horrorizados ante propuestas experimentales mientras comunidades rurales reaccionan con extrañeza divertida o franca indiferencia.
La experiencia vivida por Roth ilustra ese potencial paradójico: durante unas semanas, la selva dejó de ser un mero telón naturalista para convertirse en protagonista activa e incluso transformadora del relato. El encuentro fue bidireccional; tan pronto los aldeanos se apropiaron lúdicamente del rodaje como el equipo absorbió costumbres e historias locales que cambiaron sutilmente su guion original.
Perspectivas abiertas: ¿qué aprendemos realmente?
Este episodio va mucho más allá del making-of extravagante que circula por redes sociales. Nos obliga a preguntarnos:
- ¿Hasta qué punto lo insólito depende siempre del observador?
- ¿Qué ocurre cuando una industria globalizada aterriza sobre territorios sin referencias audiovisuales previas?
- Y sobre todo, ¿puede el arte seguir siendo transformador sin perder empatía ni caer en exotismos facilones?
Como amante obsesiva de los festivales marginales y defensora incansable de los debates sobre representación cultural (te recomiendo explorar este análisis profundo), creo que deberíamos seguir indagando estos cruces inesperados entre géneros populares y públicos inesperados. El horror sirve aquí menos para asustar que para abrir ventanas hacia otras formas posibles de mirar —y reír— juntos.
Preguntas frecuentes
¿Por qué consideraron cómica una película considerada violenta?
Porque nunca habían visto efectos especiales ni actuaciones exageradas así; percibieron todo como teatral y absurdo más que realista o aterrador.
¿Qué impacto tuvo el rodaje en la comunidad amazónica?
Mejoraron infraestructuras básicas (como techos metálicos), pero también hubo cierta "contaminación" cultural con dispositivos electrónicos y nuevos hábitos traídos por el equipo internacional.
¿Es habitual usar comunidades reales como extras en películas extremas?
No es frecuente debido a riesgos éticos y logísticos; aunque se ha hecho antes, siempre genera debate sobre representación justa e impacto social.